La mañana se ha tumbado con ellos en el pequeño prado junto al río. Les señala aquello de lo que se siente satisfecha: un nube solitaria en mitad de un cielo cristalino, el vuelo ordenado de una bandada de patos nómadas, la torre del campanario en la iglesia y los álamos que crecen alimentados solo por su propia alegría. Se lo ensalzan todo. Les gustan las mañanas tranquilas y rurales. La brisa, el resplandor, los silencios. Se va agradecida. Saben los dos que luego, cuando hable con la nube los señalará a ellos, sus amigos en el prado, con orgullo.