Cierro la libreta, el lápiz rueda por encima de la tapa, cae a la madera de la mesa con un ligero rumor y cuando ahí se detiene me doy la vuelta y continúo escribiendo. Con los pasos, al caminar por la estancia; con el cuerpo, al echarme en el sofá de contemplar estrellas. Escribo, brazos en alto, con las manos. Palabras, versos, poemas. Una caligrafía delicada que recoge con fidelidad la pared donde la luz de la lámpara se proyecta, aunque la desmemoria del aire que la escribe impida que se la aprenda. Igual que lo escrito en el papel.