Nada más cruzar la puerta lo veo en un asiento del abarrotado atrio del aeropuerto. Fernando, al descubrirme, agita la mano como quien reconoce a un viejo amigo al que, sin embargo, acaba de ver por primera vez. Del avión bajo, o eso creo, sordo. Así que le oigo hablar e incluso yo mismo hablo sin que el sonido exista alrededor. Pienso que he aterrizado en Valladolid, pero tras un sintiempo que no sé precisar, en silencio me dice: Hemos llegado, ¿la conoces? Es una Cirrus Floccus. Por aquí se camina sin que el pie encuentre apoyo en el suelo.