El día de las primeras elecciones
de la transición, en el 77, tuve mi primer empleo. Pagado. No pude votar, pero
sí trabajar. Le esperábamos de madrugada, no sé muy bien dónde, cuatro
muchachos. Sí recuerdo a mi jefe de equipo. Pantalones acampanados, chaleco y gruesas
gafas de pasta. Conducía un 1430. Hablaba poco. Ese coche me gustaba y no
conocía Tarragona, nuestro destino. Me pasé todo el día vagando. A las ocho
teníamos que estar en la constitución de las mesas. Y por la noche, acabado el
recuento, solicitar una copia. Era más de medianoche de junio. Regresamos
durmiendo.