A los juzgados, por favor. El joven taxista de agitado cabello se
da la vuelta. Le encara: ¿A los juzgados?
A ver, explíqueme por qué. Thomas lee la tarjeta de identidad que replica
el temblequeo del diésel: «Blaise Pascal». Mira la fotografía. El rostro,
aunque mejor peinado, coincide. Insiste: ¿Podría
llevarme, por favor, a los juzgados? Sobresaltados los ojos, el conductor
da un golpe de ira contra el volante: Eso
tendrá que explicármelo antes. Thomas duda: ¿Explicárselo, cómo? Se revuelve aún más la revuelta melena: ¡A los juzgados, como si fuera tan fácil!
Se araña las mejillas: ¿Quién puede
juzgarnos?