Ya sé que era solo la cocinera, pero la casa estaba apartada y el verano era tan inacabable que allí todos parecíamos importantes. Pasaba la mañana condimentando alimentos y por la tarde limpiaba los fogones. Si salía al jardín, avanzaba cabizbaja, con grandes zancadas. Como si tuviera prisa. La sujeté por el hombro. Le dije que mirara hacia las montañas, el verdor azulado de los pinos, los pastos aún frescos, las crestas de granito descarnado. No levantó la vista de los guijarros del sendero. Solo hay un paisaje, me respondió. ¿Y esta maravilla? Una postal que nadie me ha mandado.