Despertar de una anestesia ofrece un raro prodigio legal. La consciencia se abre paso en una jungla de signos donde la razón, gran dormilona, aún no ha despertado. De la realidad se conoce lo suficiente para saber que hay personas alrededor, pero solo se obtienen datos contradictorios sobre quiénes son. El lenguaje es aún más evanescente. Y por mucho que uno lo busque en todos los bolsillos del cerebro, ahí no está. Lo sorprendente, no es eso, sin embargo, sino que tampoco importe demasiado cerrar los ojos y ver grifos, basiliscos, centauros y árboles cuyas hojas envolverían el edificio entero.