José de Espronceda llega a Lisboa
Como si hubiese crecido el marco pero no la puerta, o rota la antigua la hubieran cambiado por otra menor, podría haber metido una mano por el hueco antes de abrirla. Ese extraño acento en el que los sonidos acaban antes que las letras lo escucha también en el armario con medio espejo, que solo refleja la bolsa si la deja caer, o en la cortina cuyos jirones pasarían por flecos. Y no es la pobreza lo que le habla en los pobres muebles, sino un idioma que no descifra, una luz que no comprende, una soledad ente tantas voces.