Del viejo aserradero queda un cobertizo que nada protege cuyo tejado juega al ajedrez con el agua cada tarde de lluvia. Las limaduras que volaban por el aire forman familia en el suelo con la maleza y las bolsas de plástico que arrastra el viento. Alguien se entretuvo en arrancar el cartel que ahora, bocabajo, nombra el cielo para los insectos que lo habitan. Si camino por la antigua carretera suelo desviarme donde lo hacían los carros cargados de troncos. El último transporte permanece apilado en un extremo, formando una pirámide de círculos blancos que al anochecer aún fingen refulgir.