No había alcanzado el seto cuando acabó de contar. Lo hizo así: veintitreintacuarentaycinco, cuarenta y seisietochnue y cin-cuen… Creí
que podía esconderme antes de que se diera la vuelta y me viera y tuviese que
declararme muerto, una vez más el
primero. Tras el seto no me hubiera visto en años. Estaba lejos, pero me daba
tiempo de sobra. Al oír contar así, de repente el cincuenta, me lancé sin
dudarlo tras el olmo. Como babeaba pelusa a los demás les daba asco. Ya antes
de aterrizar de rodillas vi el charco de barro y dentro mis pantalones recién
estrenados.