Con mano imprecisa de escolar ante la libreta de caligrafía donde aprende a escribir, cada día el río bosqueja la torre medieval. Su esbelta altura, las almenas con forma de punta de lanza, los penachos de verdura que han prendido en los resquicios entre las piedras. No se olvida de ningún detalle. El agua, que todo se lo lleva hacia la nada, la hojarasca y los plásticos, las promesas y las vanidades, respeta la imagen de la torre, sin acabar nunca de dibujarla del todo, siempre en el mismo lugar. Y casi impresiona más contemplarla así, temblando sobre la corriente.