Aquello a lo que considero
conocimiento carece de valor. ¿De qué sirve saber la dirección del viento y sus
componentes, adivinar la presencia de una flor antes de que la tapia permita verla,
distinguir la especie de los insectos por el sonido del vuelo, anunciar quién
se acerca por el callejón con solo oír cómo resuenan sus pasos, señalar el sur
en cualquier cruce de calles, afear al pianista las notas que ha errado en el concierto? ¿De qué vale deslindar las medias verdades de las mentiras en el
discurso del embaucador si ya me consideran todos un pobre engañado?