Tramoyistas, las aves no cesan en su empeño de fijar en su sitio las grandes telas del cielo, de pintarles nubes blancas e infantiles, de extender las alfombras que simulan bosques y arrugar el papel de estraza de los caminos por donde circulan los tractores. Infatigables maquinistas, los pájaros preparan cada amanecer los decorados del gran escenario de la realidad. Basta con situarse, aún en pijama, en el centro y empezar a entonar el aria del día. No importan tampoco las notas. El coro de camelias y de nomeolvides recién abiertas las acompaña. Se canta el gozo de estar cantando.