Cada cual tiene, dicen, una vocación. No sé muy bien para qué sirven las vocaciones. La mía, pensarán muchos, mejor sería no tenerla, aunque esta opinión prefiero reservársela para quienes trabajan empleados en aquello que desde niños deseaban hacer. Este sí me parece un rotundo fracaso del otro que convive con uno mismo. Siempre he querido ser crítico de cine. Cuando lo digo, se ríen. ¿Qué ha de hacer un crítico si no es valorar las películas? Y desde que el cine no es mudo, lo decisivo no está nunca en las imágenes, sino en las palabras. En los sonidos.