En las sílabas no pronunciadas,
en el trago que se relega, en el cigarrillo sin encender sobre la mesa crepita
la noche. Se besan. Arduamente. Ellas. Se besan. Anudan el cordel de los labios
que tanto han dicho, han bebido, han fumado. Y que solo ahora tiemblan, indemnes
a los años. Una única respiración para las dos, ferrocarril que se aleja de la
estación sin moverse, ave que abandona el tejado sin extender las alas. Estupor
antiguo, ahora recuperado. Indemnes, las dos, a la saliva tragada, a las frases
silenciadas, al tabaco dicharachero. Crepitación. Noche que anuda dedos, bocas,
gargantas.