Las tardes de febrero son las de un niño que se aventura a lanzarse, en el parque, por el tobogán de los mayores y a subirse en el columpio de los grandes. Cada día conquistan un trozo nuevo de jardín cuya hierba revive con sus dorados. Y como se hace con los pequeños, a quienes una señal detrás de la puerta señala su incesante crecimiento, hay quien traza líneas de su avance. Le ayudan en este presentimiento de la primavera los almendros, cuyas tímidas flores de nieve rosada fulguran en mitad del invierno. Todos esperan lo que ellas ya poseen.