Empujado por el prestigio de la
montaña quise conocerla en el momento —según decían quienes se asombraban con mi
ignorancia— de su mayor esplendor. Tras el deshielo, cuando las hojas del
ciruelo empiezan a brotar. Preparé la cesta para un camino solitario y no
recuerdo tarea más inútil. A cada paso encuentro quien me ofrezca tajadas de
ganso, ollas de mejillones, sopas de jengibre. Me asaltan para que juegue mis
ahorros al Nard —si aún fuera al
viejo Liubo—, en las noches el
estrépito de las fiestas persiste y de madrugada no hay paso que no huelle una inmundicia.