El otoño es un cronista de
cielos. Carga su cámara con las lluvias de noviembre y se la echa al hombro por
los caminos, entre los campos, en los claros. Allí donde una hondonada consigue
reunir un poco de agua planta su puesto de reconocimiento. Cada bache, cada
charco, cada balsa se convierte en un observatorio de estrellas. La quietud es
vidrio; la transparencia, nitrato de plata. El otoño es un artesano de espejos.
Y cuando cesa el temporal salgo a recorrer la exposición de sus obras fotográficas.
El vuelo de una gaviota, de las nubes, de los deseos ignotos.