El aburrimiento le llevó al extremo de escribir versos. Contó sílabas con los dedos, aunque no recordaba dónde iban los acentos. Los dejó allí donde cayeran. Total, nadie iba a leerlo. Sentado en la escollera, reunió unas cuantas palabras que le parecieron hermosas. Poéticas. Al cabo de un rato se sentía exultante. Un poema. Mejor: ¡Un poema! Arrancó la hoja de la agenda. En una papelera encontró un bote de mermelada. Sucio. Guardó el papel, lo cerró y lo lanzó al mar. Esperanzado. Regresó paseando. Al doblar el muelle del puerto deportivo vio un tronco flotando. Al lado, su tarro.