Dejan los libros una mancha de
aceite en el lugar donde ha pernoctado la lectura. Como los coches averiados.
La maquinaria antigua. Como el tiempo. Es un tizne blanco, a veces amarillo,
con aguas que hacen visos al mirarlas con detenimiento. Un polvo apelmazado por
la sequedad. Los libros abandonan bultos que resisten al ser rascados con lija
o rociados con líquidos cáusticos. Una humedad que ninguna corriente logra
airear. Los libros no sirven para calzar armarios ni trazan peldaños que
conduzcan de un lugar a otro más alto. Sí, son una molestia porque permanecen.
No se los lleva la nada.