Un pequeño arcón de madera, con
cierre de gancho, feo. Cursi. Venía con polvorones. Tonto regalo de Navidad.
Fue cambiando de lugar en el piso hasta aparecer un día junto al cubo de la
basura. De ahí lo rescaté. Por nada. Lo dejé en un rincón del armario. De vez
en cuando, si busco uno entre los leggins
que amontono encima, lo veo. Veo su vacío. Su inutilidad. Ni cartas de amor, ni
siquiera secretos. Jornadas idénticas, eso sí. Horarios, también. Me gusta el
cine para imaginarme vidas. Pero cuando encontré aquello, enfundado, flexible,
ya supe qué guardar. Qué aguardar.