Por el gusto de mirarse al espejo
y contemplar su belleza, las acacias siembran el suelo de flores amarillas,
tantas en el reflejo sobre la tierra como en sus ramas, y en idéntica
disposición. El jazmín crece tan prieto para que no se cuelen las sombras entre
sus hojas, ni siquiera al anochecer, cuando sigue exhibiendo la luz de su
fragancia. Las magnolias tallan con paciencia de orfebres las áureas flores que
lucen en la solapa de su traje de terciopelo oliva. El jardín escribe el poema
del verano en los ojos. Las manos abiertas lo recitan en voz alta.