La información, como género coloquial, se muestra de un modo curioso ante esa dinámica de fragmentación que afecta a cualquier realidad de nuestra época. Por una parte, centrifuga. Excluye cualquier otra forma de diálogo (desde el humor hasta el análisis). Sin un ¿Sabes la última? o un Déjame que te cuente lo que pasó cada vez es más difícil hablar. Hablar es ya casi solo transmitir informaciones. Por otra parte, como la realidad obviamente no produce tanta información como necesitan los usuarios, la información inicia un proceso de segregación de lo real que tiene como primer efecto la deseada multiplicación.
Así, desligada de su origen, la información puede crecer vinculada a sí misma, replicándose constantemente, disgregándose o hinchándose según la necesidad y carácter de los interlocutores. Convertida en el único género coloquial, dos personas vinculadas por una experiencia real (trabajo, partido, club…) difícilmente podrán nutrir una conversación si entre ellas no fluyen informaciones. Informaciones cuya finalidad ya no depende de lo real, sino del propio informar, de su mera existencia como fuente de privilegio en la conversación. A nadie le preocupa enfocar el asunto del mejor modo, sino solo conocer más entresijos, existan o no existan. Sean verdad o no.