Ropa tendida en las
azoteas y unas nubes remolonas, por encima, que ensucian el cielo. Allí donde
he buscado tus montañas, gran pastor de verdades, tus caminos minerales, el
trébol al viento que me enseñaste a admirar, nada veo. Gritos de vendedor y
relincho de acémila pautan acentos en los versos de la calle. Sobre adoquines
discurren las ruedas de los carros que traquetean en el idioma. El hedor del
vino reclama en cada esquina. Busco la luz de las siemprevivas y la hondura de
las violetas en tu nombre, gran Heine, andariego, cuando alguien, quién, ha
traído la noticia.