En hilera, como soldados durante un desfile, los árboles
del parque Ogród Saski también tienen
la mirada perdida en el cielo y el semblante resignado del invierno. Severos celadores
de las ruinas, crecen para no ver los escombros que sus raíces sortean en la
memoria. Su ceguera desprecia la pareja de jóvenes que se ha sentado en el
banco a fundar sus recuerdos o la niña que corretea y baila al hula-hoop llamando al verano. Pero a finales de abril su adusta
determinación se quiebra. Curiosos por cuanto ocurre, nacen unos brotes mínimos,
limpios e intensos que quieren vivirlo todo.