JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

miércoles, 28 de marzo de 2012

El tranvía extraviado


En 1908, el poeta ruso Nickolái Gumiliov con 22 años escribió: «¡venga la muerte, sea como sea!», aunque en otro poema reconocía: «No digas nada: es algo excepcional / el privilegio de elegir tu muerte». Diez años después lo imaginaba así: «Y no pienso morirme en una cama… / sino desamparado en una zanja / oculta en la espesura de la hiedra». En 1921 el presagio era ya estremecedor: «En camisa roja, con cara de ubre, / rebana también mi cabeza el verdugo». Ese mismo año, el 25 de agosto, fue fusilado por la Cheka de Petrogrado. Tenía 35 años.

domingo, 25 de marzo de 2012

Recepción

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«Ay, tengo la sinfónica aquí mismo, en el hall»— dijo, nervioso. Había oído de todo en mi vida, pero no pude por menos que mirar hacia el vestíbulo por encima de su cabeza. Vi un grupo de gente hablando. La mayoría llevaba abrigos largos. «En el hall —repitió con ansiedad—, qué hago por dios, dígame. Necesitan sus habitaciones». A diferencia del hombrecillo, me sentía cada vez más tranquilo. Volví a estirarme para contemplarlos. Más hombres que mujeres. Alguno, es verdad, sostenía la funda de un violín en la mano. El tipo estaba realmente alterado. «Parece un music-hall» —dije, conciliador.

martes, 20 de marzo de 2012

El sosiego

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Jesús: Tu defensa del sosiego me parece un artículo espléndido. Forma parte de las vertebras del humanismo que llevan ya un siglo amenazadas de desaparición y que de repente, en esta década, paracen querer liquidar con efecto de derribo. El sosiego es una de las columnas del patio del antropocentrismo humanista: cobra su valor porque es connatural al disfrute de la poesía, del arte y del conocimiento como expresiones más altas de lo humano. Ahora bien, en el economicismo que lo sustituye, como bien ves: ¿para qué sirve el sosiego? Solo para que alguien pierda dinero. Fuera con él, pues.

jueves, 15 de marzo de 2012

Cupidesca veinte

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Hija, nieta y biznieta de nómadas, sentía la íntima necesidad del cambio. En la oficina subía los archivadores con facturas al estante superior y bajaba los libros de actas al inferior. Elegía cada semana una foto diferente como fondo de pantalla y creaba personalidades en Twitter con las que firmar frases contradictorias sobre los mismos acontecimientos. Su mayor deseo era encontrar un hombre para poder cortar después, pero ninguno le gustaba lo suficiente como para que dejarlo tuviera sentido de transformación. Empezaba a agobiarse cuando la conoció: estar con ella era como haber abandonado a todos los novios de golpe.

sábado, 10 de marzo de 2012

Cupidesca diecinueve

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«Amores imposibles» se titula una de las series poéticas emblemáticas de la primera época de Jesús Aguado, escrita a finales de los 80. Los poemas narran breves historias de relaciones truncadas. Uno empieza así: «Su pasión era hacer el amor en lugares insólitos». Otro acaba de esta forma: «Luego metí el reloj en el bolsillo y salí de su casa». Entre inicio y final del amor nada hay que parezca imposible. Cada amante con su condición. Lo mismo que encandila y enamora, cuando actúa el tiempo, desordena y zanja. Imposible, imposible solo hay una cosa: la transformación, vuelo de mariposa.

lunes, 5 de marzo de 2012

Cupidesca dieciocho

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Entre silencio y silencio del martinete, mientras el cantaor respiraba con la mano en alto y el sudor goteándole sobre el pecho desde la barbilla temblorosa, mis ojos prendieron en los tuyos. Guiado por ellos, aun sin conocerlos, me había dado la vuelta en el patio de las estatuas, mármol blanco todos los rostros ensimismados, por descubrir dos teas que humeaban en la nieve. Rasgó la voz el verso que aguardaba en el silencio, ni amor que no tenga fin, y el quejido me arrebató la mirada. Cuando volví a buscarlos, solo encontré un vacío: ni amor que tenga inicio.

jueves, 1 de marzo de 2012

Cupidesca diecisiete

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—Y dice, y yo entonces, y me dice.
—Ya. ¿Y te lo dice?
—Sí. Y dice. Entonces yo le miro. Y tarda un rato.
—¿Entonces?
—Entonces dice, voy a decirte algo. Yo le miro, ¿sabes?
—¿Le miras?
—Claro. Y dice.
—Que va a decirte algo.
—Sí, eso mismo. ¿Cómo lo sabes?
—¿Y entonces?
—Y entonces es cuando le miro. Le miro y dice.
—¿Que va a decirte algo, o que quiere decirte algo?
—Ostras. No lo sé. Yo creo que dice que va a decirme algo.
—Sería más bonito decir que quiere decirte algo, ¿no?
—Sí, es verdad. Y dice.