La niebla cae sobre el valle como un fardo en el suelo del hangar. Su arpillera atrapa al insecto que corre por el polvo en busca de la semilla perdida. El comerciante hunde las manos en el saco de grano por evaluar su calidad, lo aprieta con fuerza y piensa que es agua que se escurre en mal momento. Así la rociada de la ola que salta el casco y alcanza al marinero mientras sujeta la driza de la vela mayor y ni siquiera consigue limpiarse la sal de los ojos. La mirada, que la bruma ciega y desorienta, arde.