La luz sobre el zinc transforma los colores de igual manera que el crepúsculo matiza las losas, el revocado y los ladrillos de las construcciones olvidadizas hasta que parezcan algo. La chapa metálica carece de hondura, es solo una superficie átona en la que el pintor desemboza la perspectiva con trazos en conflicto que las manchas van suturando. También es quien dota de memoria a la imagen que, sin ella, no sería nada. Y cuando el cuadro parece concluido sobre una pared, aún está todo por decidir. Hay luces que oscurecen la plancha, unas subrayan las líneas, otras las modifican.