Por la cuenca del río Po se extende el territorio que absorbió a los descendientes del rey Fricǎ. Como los pájaros al atardecer, llegaron en bloque, sucios y sedientos. Huían de las montañas. Pasaron tres días seguidos en las aguas, comiendo los frutos de los árboles ribereños que arrastraba la corriente. Luego se esparcieron por la comarca. La mayoría perdió la lengua de sus muertos al paso que apilaba piedras para levantar una casa. Su piel dejó de ser blanca y los ojos de sus hijos nunca fueron tan claros. Sólo una breve desazón al anochecer les recordaba su identidad.