JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

lunes, 25 de abril de 2011

Rue Mazarine

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Azul oscuro, intensamente oscuro. El mar cuando anochece. La pared. Donde no hay una puerta. La pared contigua, donde tampoco hay una ventana. El mar que se petrifica y queda lo azul de la noche. Los párpados cuando se aprietan para evitar que los ojos vean. Los párpados cuando anhelan que no regrese la luz a la cavidad que custodian. El mar, azul oscuro, nada más que una palabra que nombra el lugar que ocupa una pared, otra. Y ya no son necesarios los párpados. Su tinta tiñe. Su tinta cae, como persiana de comercio al final de la jornada.

jueves, 21 de abril de 2011

Rue Balzac

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—¿Comedia? ¿Por qué? Antes se diría que es una tragedia perpetua.
—No del todo.
—¿Que no? No me venga con cuentos. Sangre a borbotones. Dominación a espuertas.

—Es una manera de mirarlo.
—Ah, ¿es que hay otras?
—¿Otras qué?
—Me toma el pelo.
—En absoluto. La crítica es asunto muy serio.
—¿Entones?
—Entonces.
—Entonces convendrá conmigo que impera la tragedia. Por todas partes. En todos los rincones. A cada paso que se da. Eso es lo único que merece la pena ser contado.
—¿Y lo demás?
—¿Cómo lo demás?
—Los bonos del estado, por ejemplo, están dando lo que nunca.

viernes, 15 de abril de 2011

Rue Jean-Jacques Rousseau

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—¿Quién ha tirado la tiza? ¿Has sido tú, Émile?
—No, profe.
—¿Quién me ha lanzado una tiza a la cabeza mientras escribía en la pizarra?
—La tiza no iba contra su cabeza, profe. Sólo iba.
—¿Has sido tú, Émile?
—Ya le he dicho que no.
—Entonces, ¿por qué sabes tanto sobre la tiza?
—Yo no he sido. Mire, tengo el lápiz en la mano. Copiaba los problemas.
—¿En la mano?
—Sí, aquí está, ¿no lo ve?
—¿Desde cuándo eres zurdo, Émile?
—Desde nunca.
—¡Ah! Entonces, ¿qué hace el lápiz en tu mano izquierda?
—Yo qué sé. Yo no he sido.

lunes, 11 de abril de 2011

Quai des Tuileries

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Sobre el tedio de la cola de turistas que se refugia bajo su sombra, en la copa de los tilos plantados en hilera existe otra ciudad acaso más populosa y mucho más apasionante. No la descubro yo, claro, un turista más a la espera de míticos y refinados nenúfares. «Ves estas manchitas amarillas —G señala un punto imperceptible de la corteza de un tilo—, son huevos; y en esas hojas, lo ves, —y veo unas arañitas mínimas, como párvulos en el patio— son larvas; y allá hay una pupa y esta mariquita, preciosa, brillante, acaba de nacer ahora mismo».

viernes, 8 de abril de 2011

Rue Pascal


Acecha por las noches y no cede cuando sale el sol. Aparece en la soledad del cuarto y en el alboroto de la taberna. Está entre las páginas de los libros trufada, como el pétalo que queda guardado del día que ya no está. Si la miro no la veo y sin embargo estoy siempre viéndola aunque no la contemple nunca. No existe más certeza que su incertidumbre, ni más verdad que su desconocimiento. Me habla cuando me miro la mano diestra y cuando con la misma mano tomo la pluma para describirla, ningún impulso anima a esparcir la tinta.

lunes, 4 de abril de 2011

Quai Voltaire

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En el mismo instante en el que el turista valora el encuadre de su fotografía, el perro alza la pata trasera contra la fachada del edificio histórico y lanza un chorro amarillento que le da un brillo momentáneo a la negrura de antiguos orines que acaba de olisquear, un pequeño afluente urbano cruza la acera y anega la cueva natural que había formado un paquete de tabaco arrugado, y la cucaracha que ahí se había refugiado del súbito amanecer corre aún más desorientada hacia el portal. Aprieta el disparador el turista y ufano declara: «La mejor entre todas las ciudades».

viernes, 1 de abril de 2011

Rue de l'Université

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—Tengo razón.
—Depende.
—No creo que se trate de dependencia alguna. Si tengo razón, la tengo y basta.
—Depende.
—Y dale, ¿tengo o no tengo razón? Yo digo que tengo razón. Basta que lo diga para que no se admitan matices. Usted puede decir que no tengo razón. Lo admito. Estará equivocado, pero admito que pueda estar en un error.
—Depende.
—¿De qué depende? Faltaría más que dependiera de algo. Las cosas son las que son. Caen por su propio peso.
—Bueno…
—Nada de bueno. Si está equivocado es que carece de razón.
—Depende.
—Y dale. No tiene razón, ninguna.