Ayer Monique me preguntó por qué este bulevar en forma de cuerno quemado continuaba siendo tan feo. ¿Feo? Aterradoramente feo, dijo. Abrí los ojos que mantenía abiertos para contemplarlo. Me costó. Es un barrio que: empecé a hablar por ganar tiempo. Como cualquier otro, me cortó Monique, categórica. Por más que me esforzaba en mirarlo, no lograba ver más allá de un cigarrillo humeante entre mis dedos que ya no sabrían cómo sostenerlo. En la otra mano, la cartera escolar. La noche apremiaba, con su vestido de lentejuelas en la percha. Las mujeres, la vista clavada en otro mundo, evocándonoslo.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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jueves, 24 de febrero de 2011
domingo, 20 de febrero de 2011
Rue Ronsard
Me he dedicado esta mañana de domingo a arreglar el pequeño jardín de mi balcón. He vaciado la bolsa de grava para acuarios en el parterre y la he extendido minuciosamente para que lo cubriera por entero. Luego he vaciado las macetas y las he apilado. Felizmente las había comprado todas en el mismo supermercado y han formado una perfecta columna trajana que ha quedado arrumbada en un rincón. He colocado en su lugar la antena parabólica, bien orientada al cielo. En el centro he situado la bicicleta estática y, junto a la tumbona, una mesita con libros ya leídos.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Rue Serpente
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El óxido que corroe la vida es, me di cuenta enseguida, el exceso de tiempo. La memoria le traba el vuelo con sus cajas de archivo amarillentas que comban los estantes y que los pececillos de plata roen. La razón la enjaula. Por eso al salir a la calle eché a correr, y para que no me alcanzara el tiempo, serpenteé por el barrio, pero no en dirección al río, no, fui zigzagueando por bocacalles que salían a izquierda y derecha. No me importaba el final, si llegaba sin nada conmigo, insensato como un adolescente que se revienta un forúnculo.
El óxido que corroe la vida es, me di cuenta enseguida, el exceso de tiempo. La memoria le traba el vuelo con sus cajas de archivo amarillentas que comban los estantes y que los pececillos de plata roen. La razón la enjaula. Por eso al salir a la calle eché a correr, y para que no me alcanzara el tiempo, serpenteé por el barrio, pero no en dirección al río, no, fui zigzagueando por bocacalles que salían a izquierda y derecha. No me importaba el final, si llegaba sin nada conmigo, insensato como un adolescente que se revienta un forúnculo.
sábado, 12 de febrero de 2011
Rue de la Cité
Con Saint Michel inscrito en los letreros y nada más abrirse las puertas del RER descubro que me he dejado el colirio en casa. Tres gotas, tres veces. El andén se inunda de cabezas que basculan y yo, con los patines al hombro, sin saber qué hacer en la escalerilla del vagón. Como cada viernes. Toda la semana imaginando las figuras que probaré en el puente, Notre Dame curioseando al fondo. La de la tarde, dos; la de la noche, tres. Tres gotas. Nadie en la estación. Sólo mi mano, empeñada en apretar el bolsillo donde el colirio no está.
martes, 8 de febrero de 2011
Rue du Jour
Con qué modestia llega el día a la ciudad. El mismo mohín enharinado con el que el panadero, bajo su gorrita blanca, se despide de la dependienta, que ordena las barras recién horneadas en los cestos. La misma costumbre, abulia casi, con la que el conductor de la línea nocturna aparca su vehículo en el hangar. Así llega el día, y la soberbia que me nace dentro y la irritación que siento no veo de dónde vienen. Mientras enciendo el cigarrillo, con su caricia discreta la luz se ha hecho con el rostro de los mortales, no con su corazón.
viernes, 4 de febrero de 2011
Rue Dante
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Virgile dice que se llama y que me conducirá al paraíso. ¿Al paraíso?, si no ha soltado ni un franco más. Tampoco menos, me contento. Luego empiezo a temer: ¿al suyo o al mío? Porque si el fuego y las calderas y los latigazos forman parte de su cielo, para mí será el pequeño y habitual infierno. Pronto se verá, me digo por acallar las premoniciones. Sonríe embotado detrás de mí en la escalera de la pensión. Al final no será ni una cosa ni otra, eterno purgatorio de hombres que vuelcan su ternura o crueldad y desaparecen para siempre.
Virgile dice que se llama y que me conducirá al paraíso. ¿Al paraíso?, si no ha soltado ni un franco más. Tampoco menos, me contento. Luego empiezo a temer: ¿al suyo o al mío? Porque si el fuego y las calderas y los latigazos forman parte de su cielo, para mí será el pequeño y habitual infierno. Pronto se verá, me digo por acallar las premoniciones. Sonríe embotado detrás de mí en la escalera de la pensión. Al final no será ni una cosa ni otra, eterno purgatorio de hombres que vuelcan su ternura o crueldad y desaparecen para siempre.
martes, 1 de febrero de 2011
Quai de l'horloge
Al dar la vuelta a la esquina por una calle transversal me asomo al paseo por donde he venido para verme llegar hasta allí. La multitud que me acompañaba ha seguido bulevar adelante, y la que se acerca me resulta tan desconocida como la que acabo de abandonar. No es posible que me descubra a mí mismo entre los que no estoy. Tampoco que busque mi espalda entre quienes caminaba antes de detenerme. En ningún lugar de la ciudad me encontraría, salvo que al pasar frente al escaparate de un relojero alguno de los modelos expuestos atrase los minutos perdidos.