Ni bajo la quietud del mediodía.
Ni lo ocultan los cantos de los pájaros.
Ni la inocencia de la brisa amable.
No cesa, aquel estruendo, ni el remanso
de luz lo ahoga. Aquel triscar de ramas,
al principio, de árbol que se inclina,
chascar de árbol que ya no es árbol.
Tronco, astillado leño, las luciérnagas
brotarán de tu piel como de un sueño.
Y al verte ahí tumbado, yerto, emerge
del mediodía, de la brisa y el canto
el atronar de tu altura perdida.
Hundido cada vez más en la tierra,
sigo oyendo tu muerte. La indolencia del bosque.