El camino —abrupto, áspero, angosto— sigue hacia delante: la única promesa ante el sufrimiento —la anchura del circo, el frescor del manantial, la gran cascada—, la dicha. Pensar en los símbolos es siempre más llevadero que encarnarlos. De todas formas, no está claro qué da sentido a qué, si el camino a su símbolo, o si su símbolo a la caminata. Si caminar fuera como vivir, la jornada tal vez resultara un poco más ardua: sin veredas, sin nombres, sin oriente. Creer en símbolos gratifica: simplifican los significados complejos, y complican los significados simples: ¿este mero andar, la vida?