A Vicente Valero
Algunas reses habían bajado desde el monte hasta el cauce del río. Iba a amanecer. Sus cabezas asomaron entre la maleza y avanzaron, muy juntos y ligeros, hacia un ribazo descubierto donde el agua se amansaba como un animal cansado. Nerviosos nos pasábamos los únicos prismáticos que teníamos para contemplar la escena. Inclinaban sus patas delanteras para acercar el hocico a la humedad. La neblina tendía sus visillos leves en el claro de luna. Se podría decir que gritábamos en silencio por la emoción revuelta con el miedo a que los venados huyeran al mínimo ruido. Ahora, que habían llegado.