El miércoles es, en los Encantes —mercadillo de lo inverosímil—, el día de los libros. Sobre un lecho de papeles revueltos, álbumes de cromos y volúmenes desparejados descansan en paz diez enormes cráneos vacunos con sus cornamentas. El azar sitúa una de las cabezas mayores —de las que sólo se ven en las películas del oeste— junto a las Obras Completas de Cela, encuadernadas en verde. Sonrío —ingenuo— al imaginar que pertenecen al mismo lote. En una esquina del revoltijo me llama una palabra desde un libro menudo, blanco: Voces. De Antonio Porchia. 1965. No salgo indemne del puesto.