El cielo es el cielo y a la tierra pertenecen los campos, el río, el delta y dicen que las altas montañas. Lo estudiaba de niño en el librote manoseado que don Gabriel se había traído de donde no se habla como hablábamos nosotros. Para contemplar estampas parecía no importar: el cielo azul, el mar azul y copas de los árboles talladas como esmeraldas. Así aprendí los colores que de nada sirven para nombrar el lodazal del cielo y las aguas terrosas que saltan diques y se plantan a las puertas de casa invitándose cada vez que sopla el sudeste.