Llego a la estación a las 13:05. Compruebo que sale un tren a las 13 y otro a las 15 horas. Creo que el tren más próximo es el de las 13 y se me atraviesa un pensamiento: «Si hubiera llegado cinco minutos... Si el autobús... Si el vecino... Si el bocadillo...». Cuando veo que no consigo salir de esta lógica angustiosa, lo pienso mejor: de las 13:05, sin duda alguna, el tren más próximo es el de las 15. Una hora y 55 minutos es una minucia al lado del abismo insalvable que me separa de las 13 horas.