Ayer, cuando tecleaba «Gilles» el programa lo corrigió él solito y puso «Pilles». Me hizo gracia; olvidaba que antes me había provocado maldiciones: escribía mi apellido en el ordenador y el programa inmediatamente cambiaba la inicial. Una tortura hasta que pude desactivarlo. La extraña y diabólica lógica de estas correcciones programadas es que ocurren siempre en los nombres propios. El programa es incapaz de corregir la mayoría de errores habituales y sencillos en términos comunes, pero en cuanto aparece una palabra con mayúscula inicial —que no debería corregir jamás—la modifica. Escribo «Garcilaso», pero en pantalla aparece un tal «Gracilazo».