Nené alcanza la línea y lanza una parábola alta, lenta, parsimoniosa, que todos se quedan embobados mirando como si contemplaran una veleta en el cielo. Y al descender se encuentra con Iván, solitario, abandonado: un niño perdido en una feria que corre a un rincón a llorar. Dio la impresión de que Iván ni siquiera sabía cómo cabecearla. Era la veleta la que buscaba la cabeza del niño entre las piernas del gigante para hacerle compañía y cosquillas en la frente. La pelota entró y salté con una sensación muy extraña en un campo de fútbol: una celebración no compartida.
(2)
El portero, en un arrebato romántico, decide salir a pasear —acaso descubriera trebolcillos entre la hierba— y, claro, la pelota le molesta y se la entrega al primero que pasa mientras los suyos posan para los fotógrafos, muy quietecitos, no vaya a salir movida la foto. Y de repente es la pelota quien busca, anhela, persigue a Iván, que da un paso, dos pasos, mira a los lados. No hay nadie, estás solo Iván; la gente, jugadores, árbitros te han dejado solo, abandonado, y de repente la pelota se eleva, da un brinco... —creía que no entraba nunca— y entra.
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El portero, en un arrebato romántico, decide salir a pasear —acaso descubriera trebolcillos entre la hierba— y, claro, la pelota le molesta y se la entrega al primero que pasa mientras los suyos posan para los fotógrafos, muy quietecitos, no vaya a salir movida la foto. Y de repente es la pelota quien busca, anhela, persigue a Iván, que da un paso, dos pasos, mira a los lados. No hay nadie, estás solo Iván; la gente, jugadores, árbitros te han dejado solo, abandonado, y de repente la pelota se eleva, da un brinco... —creía que no entraba nunca— y entra.