La goma adhesiva que se aferra al cristal del tarro cuya etiqueta intento quitar para reutilizarlo es como una mañana de invierno. Pegajosas, las nubes bajas se adhieren también a la luz de la ciudad mientras en el interior del bote los restos de miel persisten. Y en las calles sobrevive el frío que aleja a los niños que duermen, a los adolescentes que trasnochan en su propio cuarto, a los viejos que aguardan la mejoría del día para visitarlo. El tarro, que conservará el caldo que hierve en el fogón, combate con el estropajo, empeñado en entorpecer su destino.