Me paso el día desechando ideas para novelas porque las considero meras ocurrencias. Por ejemplo, la de esta mañana: imagino una conjura de todas las parroquias del país para anunciar al mismo tiempo el Apocalipsis. Las campanas —en una combinación nueva de lo tétrico con lo espectral— sonarían incesantes hasta que se divulgara la impresión de que la muerte había llegado al fin para todos. Entro en una librería y ojeo el argumento de unas cuantas novedades. Me doy cuenta de lo equivocado que ando: lo que he de desechar son mis ideas. La literatura se nutre sólo de ocurrencias.