No sé bien a quién, si a los quinientos escritores que enviaron sus novelas, si a los ciudadanos de Gijón, cuyas contribuciones ha utilizado el Ayuntamiento para sufragar el premio, si a los miembros del jurado, a quienes luce el mérito de haber cobrado por una tarea que ya estaba hecha. Me entero de que gana el Café Gijón C.B. Veo que desde la anterior edición lo publica Siruela. C.B. ha editado 4 novelas seguidas en Siruela y una, la última, en Alfaguara. Con el importe del Café Gijón Siruela recupera a una autora en fuga hacia quien más paga.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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sábado, 27 de septiembre de 2008
jueves, 25 de septiembre de 2008
Tríptico sobre el no manifiesto LA EXIGENCIA ESTÉTICA COMO EXIGENCIA ÉTICA de A. T.
«No Machado [de Assis] de agora não há mais lugar...
à aceitação de fórmulas narrativas para agradar às leitoras.» M.M.
Alberto: ¿Qué se ha de hacer con tu manifiesto? ¿Dónde se firma? Aunque tal vez esta cuestión requiera un contexto sociológico para comprenderse mejor. Suscribo cuanto dices, cómo no. Pero, ¿de verdad crees que este es un problema de escritores? Los escritores tienen siempre la devoción de la forma y la necesidad de la creación, de la innovación. Todos. En el camino unos van quedándose aquí y otros allá. Unos antes y otros después. ¿Dónde está la verdadera causa del deterioro literario? Creo que en la sociedad lectora. Quien exige modelos decimonónicos en la novela no son los escritores, sino
(2)
los lectores. O mejor, los compradores de libros, que es una categoría más influyente que la de los lectores (los lectores de biblioteca, por ejemplo, no crean líneas editoriales; los compradores, sí). Son los compradores quienes se empeñan en modelos literarios que comprenden y les satisfacen. Ante esta situación, un escritor sabe que, si se adecua —con mayor o menor gracia, estilo, inteligencia, dignidad...— a lo que los compradores quieren, la sociedad le premia considerándolo un escritor. Dándole un salario de escritor. Si un escritor investiga, rompe, indaga... en el camino no sólo cada vez se ve más solitario, sino
(3)
que además nadie le considera escritor. No creo que esta cuestión sea comparable a las vanguardias, por ejemplo. Entonces los grupos minoritarios vanguardistas fueron quienes se arrogaron el papel de dispensadores de títulos de escritor. Eran pocos, pero eran un grupo con intervención directa en la sociedad. Hoy la sociedad es la vanguardia (todos lo dicen) y apartarse de ella es sano para la literatura pero insano para la autoestima del escritor. Pero vale la pena que avises a los que se tuercen con tanta facilidad sin que nadie les dé nada a cambio, sólo por la esperanza de recibirlo.
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los lectores. O mejor, los compradores de libros, que es una categoría más influyente que la de los lectores (los lectores de biblioteca, por ejemplo, no crean líneas editoriales; los compradores, sí). Son los compradores quienes se empeñan en modelos literarios que comprenden y les satisfacen. Ante esta situación, un escritor sabe que, si se adecua —con mayor o menor gracia, estilo, inteligencia, dignidad...— a lo que los compradores quieren, la sociedad le premia considerándolo un escritor. Dándole un salario de escritor. Si un escritor investiga, rompe, indaga... en el camino no sólo cada vez se ve más solitario, sino
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que además nadie le considera escritor. No creo que esta cuestión sea comparable a las vanguardias, por ejemplo. Entonces los grupos minoritarios vanguardistas fueron quienes se arrogaron el papel de dispensadores de títulos de escritor. Eran pocos, pero eran un grupo con intervención directa en la sociedad. Hoy la sociedad es la vanguardia (todos lo dicen) y apartarse de ella es sano para la literatura pero insano para la autoestima del escritor. Pero vale la pena que avises a los que se tuercen con tanta facilidad sin que nadie les dé nada a cambio, sólo por la esperanza de recibirlo.
martes, 23 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (y 7)
No sabía de qué hablar. Había entregado la traducción y me quedé mirando aquel desorden como un idiota. En el calendario, 1984. Sonó el timbre. El cartero trajo un montoncito de giros: suscripciones a la revista. «Mira por donde vas a cobrar hoy», y me entregaron aquellos billetes, tal cual, como ya sólo negocian los libreros de viejo. A los pocos días regresé a Lisboa y en la librería de Campo Grande donde fui tan feliz compré los libros de Machado de Assis que no tenía. Por Esaú e Jacó pagué 450 escudos; no me importó que fuera tan caro.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (6)
Montse: ese señor bigotudo es Machado de Assis. Un escritor magnífico. Mulato, feo, pobre, tartamudo, huérfano. Su vida es un milagro. No para la literatura, que siempre es milagrosa, sino porque llegó a ser Secretario General del Ministerio de Agricultura, donde entró como empleado. Eso sí resulta una heroicidad habiendo nacido para obrero en una época en la que la sociedad no admitía bromas. Es cierto, la fotografía nos interroga a nosotros mismos. A nuestra fragilidad de memoria de números, aún más endeble que la memoria de ácidos y grasas que contiene el instante que captó y ya no está.
sábado, 20 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (5)
Pasadas las siete, la noche sigue aferrada a árboles, fachadas y aceras solitarias por donde ni siquiera camino yo hacia la panadería, absorto como voy en cuadrar la bolsa de arena agujereada que es el arte narrativo en Machado de Assis. Cada vez estoy más convencido de que el epicentro de su singularidad he de buscarlo en el narrador. Ese narrador insatisfecho, incómodo con su papel, hiperactivo, desconcertado —el humor delata el fuego de una incomprensión—, huérfano en busca de complicidades imposibles: «La nada sobre lo invisible es la más sutil obra de este mundo, y acaso del otro».
Casa de Cosme Velho
jueves, 18 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (4)
Es cierto que, como dice la crítica, Machado de Assis es en primera persona un narrador más intenso, incisivo e innovador. Pero los encantos no se quedan atrás en la omnisciencia. En Quincas Borba el lector comparte la incapacidad del narrador para impedir el destino trágico de los personajes que ama («Si me preguntáis por los remordimientos de Sofía, no sé qué deciros»). Se desespera tratando de encauzar los pasos de quienes le caen bien, los honestos y de buen corazón; inútil propósito, porque siempre medran los antipáticos y calculadores. Exactamente al contrario de lo que ocurre en las películas.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (3)
Cuando murió en la madrugada del 29 de septiembre de 1908, en su casa de Cosme Velho, dejó como herencia una obra donde laten aspectos que la modernidad convertiría pronto en los conceptos que la identifican: nihilismo, fragmento, metaliteratura, heterónimo, pastiche, intertextualidad, minimalismo, hasta el blog está presente (en Memorial de Aires)…Pero legó también una vida que iba a ser emblema del siglo: escritor cínico y corrosivo, enmascaró su actividad con una impecable carrera de funcionario ministerial. Pensamiento y burocracia se repartían el horario: insatisfacción del presente, donde por más ácido que sea el pensador, no olvida cuidar su currículum.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (2)
—¿No vamos a salir nunca de São Cristóvão?
—Ya ha amanecido.
—Nos echarán.
—Un poco de paciencia caballeros. El motor flojea; zarpamos en cuanto lo arranquen.
—¿Y por qué no compran una barca nueva?
—Esperan que naufraguemos.
—Ya está, en marcha. Nos vamos. El Cais dos Franceses nos aguarda.
—Hace rato.
—Y ese mulato, ¿por qué no protesta? ¿No tiene sangre en las venas?
—Lee.
—Lee a la ida y lee a la vuelta. ¿Para qué lee tanto?
—Querrá ser alguien.
—¿Leyendo?
—Igual sólo aprende, es tartamudo.
—He oído que trabaja en una imprenta.
—¡Ah! Seguro que roba los libros.
—Ya ha amanecido.
—Nos echarán.
—Un poco de paciencia caballeros. El motor flojea; zarpamos en cuanto lo arranquen.
—¿Y por qué no compran una barca nueva?
—Esperan que naufraguemos.
—Ya está, en marcha. Nos vamos. El Cais dos Franceses nos aguarda.
—Hace rato.
—Y ese mulato, ¿por qué no protesta? ¿No tiene sangre en las venas?
—Lee.
—Lee a la ida y lee a la vuelta. ¿Para qué lee tanto?
—Querrá ser alguien.
—¿Leyendo?
—Igual sólo aprende, es tartamudo.
—He oído que trabaja en una imprenta.
—¡Ah! Seguro que roba los libros.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Escenas de la vida de Joaquim Maria Machado de Assis (1)
Sus dedos temblorosos rebuscan en la bolsa de cuero y una tras otra encuentran las tres monedas que deja sobre el platillo de porcelana. Tintinean. Igual que cada mañana, pero como si fuera la primera vez, advierte al servicio de que si aparecen los achaques vayan rápidamente en busca de su sobrina. Sobre la cómoda les deja el importe del billete de tranvía. Al anochecer, cuando regresa renqueante y exhausto a su estancia, las monedas han desaparecido. En otros tiempos, Carolina hubiera echado a todos los criados. Joaquim sonríe. Piensa que le sale barato: cada día compra un día más.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
«Sublim», pintura de Xavier Solà
Me gusta de este cuadro de Xavier Solà su capacidad para retratar elementos con significado trivial en una conjunción incomprensible. Se percibe, tal vez, un leve tratamiento onírico, pero la sintaxis figurativa juega con la racionalidad: evoca antes una fotografía que un sueño. Cabría buscarle contenido al edificio, al coche, al prado, a la muchacha… ¿lo tienen? Cada elemento acude a la composición con su pasado iconográfico, pero lo pierde en la combinación. Este abandono del valor simbólico resulta decisivo. No se sabrá con qué gesto observa aquella cuya mirada los reúne. Solà describe la desconcertante, ignota, mecánica del deseo.
lunes, 8 de septiembre de 2008
«La mentira», de María José Furió
Encuentro en el cajón de los libros faltos de cariño La mentira. Se publicó, veo, en 1997. Su autora reside en mi ciudad y posiblemente estudiamos en la misma facultad, los mismos años. Pero carezco de noticias suyas. Nada más llegar a casa abro la novela: los primeros capítulos, breves, ya me dejan boquiabierto; luego la historia me absorbe. María José Furió emprende un viaje sin concesiones a ese territorio fronterizo del final de la infancia e inicio de la adolescencia. Una prosa precisa, envolvente, sin asomo de infantilismos, a la que le gusta tanto mostrar la trama como esconderla.
viernes, 5 de septiembre de 2008
Tríptico CL
I
El edificio en ruinas del Molino sigue dándole a la manivela de la memoria. A veces, cuando busco en la red qué ha hecho un crítico, descubro que va de García Márquez a Mendoza sin salirse de la carretera ni para orinar. Me pregunto qué interés tiene hablar de libros cuyos autores han cobrado un adelanto millonario: esta es la única recensión que cuenta. Para saber si alguien es de verdad crítico literario le preguntaría qué libro, de cuantos ha leído, le ha parecido una obra maestra a él por primera vez, sin que nadie se lo haya señalado antes.
II
Qué libro o qué acto. Siempre pensé que había ganado mi carnet de crítico literario en El Molino. Si mi primo hacía la mili, debería yo tener dieciséis años. En un permiso quiso ir al Molino. Ni había ido antes, ni he vuelto. Fuimos a la función de tarde. No había espectáculo, tampoco vedettes famosas, sólo coristas que preparaban números individuales. Me divertía. Salió una chica rubia, delgada, sin atractivo. Empezó a bailar. Yo no sabía quién era, pero de repente me sentí ante una diosa. Una obra maestra. El tiempo se quebró en los cinco minutos de su número.
IIIEl edificio en ruinas del Molino sigue dándole a la manivela de la memoria. A veces, cuando busco en la red qué ha hecho un crítico, descubro que va de García Márquez a Mendoza sin salirse de la carretera ni para orinar. Me pregunto qué interés tiene hablar de libros cuyos autores han cobrado un adelanto millonario: esta es la única recensión que cuenta. Para saber si alguien es de verdad crítico literario le preguntaría qué libro, de cuantos ha leído, le ha parecido una obra maestra a él por primera vez, sin que nadie se lo haya señalado antes.
II
Qué libro o qué acto. Siempre pensé que había ganado mi carnet de crítico literario en El Molino. Si mi primo hacía la mili, debería yo tener dieciséis años. En un permiso quiso ir al Molino. Ni había ido antes, ni he vuelto. Fuimos a la función de tarde. No había espectáculo, tampoco vedettes famosas, sólo coristas que preparaban números individuales. Me divertía. Salió una chica rubia, delgada, sin atractivo. Empezó a bailar. Yo no sabía quién era, pero de repente me sentí ante una diosa. Una obra maestra. El tiempo se quebró en los cinco minutos de su número.
Tras ella nada fue igual. Por más que insistí, nadie se había quedado con el nombre de la chica. Tampoco les había interesado en exceso: «Tiene poca chicha». Varios años después la vi actuar en la Cúpula Venus, y supe, como sospechaba cuando lo encontré anunciado, que aquel lejano día en El Molino había visto a Christa Leem. Una diosa. Una auténtica diosa, de tan humana. Descubrí aquella tarde el abismo que separa lo mediocre de lo genial, pero dejé pasar la oportunidad de aprender que el arte más elevado produce indiferencia en la mayoría y entusiasmo en los solitarios.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Platón en El Molino
Al pasar junto al Molino la memoria se despereza para evocarme aquel compañero de colegio que vivía en una calle perpendicular al Paralelo. La ventana de su habitación daba sobre un ventanuco, en la pared de enfrente, que algunas noches de verano se abría para airear el camerino de las coristas. Me contó visiones magníficas que yo imaginaba desde su cuarto, mientras jugábamos, viéndolo cerrado. Pienso en el optimismo de Platón. No son sombras de las cosas lo que vemos, sino escenas en el camerino de las coristas que nos cuenta quien las ha visto por un ventanuco medio dormido.
lunes, 1 de septiembre de 2008
JK5022
Durante dos horas el viaje contiene historias atrapadas en el fuselaje. Son cuentos de verano. La emoción con que se vivan no les resta trivialidad. El viaje en sí mismo resulta trivial. También esos jóvenes que iban a conocer lo que es volar: un trámite. Triviales por el sesgo sociológico con el que ahora transcurren las vidas: argumentos que forman racimos. En dos horas el recipiente hubiera acogido otras historias. Un trámite. La trivialidad del engranaje asegura su multiplicación: pacto de fásmidos. Sólo lo inesperado interrumpe la cadencia. Sólo la tragedia le da sentido a cada una de las historias.