Me gusta ver partidos de fútbol cuando intuyo que el juego, azaroso y trivial, puede adensarse en un argumento. Ocurre en raras ocasiones, pero si sucede despierta la literatura mítica que se agazapa en cualquier acción humana (literaria a veces; subliteratura, otras). Anoche un Alemania-Turquía presagiaba trama: ¿otro Goliat contra David? Y surgió, insospechada trama: Turquía se creyó Goliat: jugó mejor, marcó primero, se impuso. Su único error fue cederle a Alemania el desválido papel de David, que, por cierto, supo aprovechar en el último minuto. A la turca. Turquía, David arrogándose la grandeza de Goliat, pereció como cualquier gigante.