Los adolescentes transitan por las avenidas las tardes de invierno. De un barrio a otro. Por las aceras de los polígonos. Por el margen de la carretera. Se desplazan ensanchando el mundo con sus pies, mientras los sedentarios lo reducimos a cubículos placenteros: nuestro coche. Esta mañana de sábado, a las ocho, mientras caminaba con el chusco y los diarios, me he cruzado con cuatro adolescentes que navegaban por Industria sobre sus tablas rodantes. Ellos y yo en la calle abandonada. Me he apresurado a proponerles un cambio: mi pan y mis periódicos por su patín de atravesar ciudades desiertas.