Las aceras no han vuelto a hablar conmigo desde que gasto calzado deportivo. Y de no oírlas me acostumbro a no transitar por las calles cuando camino. Avanzo como si lo hiciera absorto en el interior de los pensamientos, que, por otra parte, no soy consciente de tener. Debería llamar nubes a las calzadas que no se inmutan y vuelo a los desplazamientos, pero tal vez entonces no lograría expresarme con la claridad que siempre he subrayado como una virtud de la escritura. Y tampoco es cierto que sea de raíz ascética mi desaparición, quizá solo me afecte la sordera.