En el puesto de las palabras, el quincallero gramatical las amontona por el metal del que están hechas: a este lado, cerquita de la silla donde dormita su perpetuo enfado con los gobernantes, las de plata; luego, las de cobre; más allá, las de hierro. Cuando le llega una palabra de la que se desprende una viejecita cuya pensión se agota antes que el mes, paga unas monedas, echa un vistazo a su morfema y la lanza al montón correspondiente. De vez en cuando le compro palabras sueltas, anticuadas. Me las deja baratas. Son siempre inservibles. «Petróleo / carbón / leña: / amor».