Luj Yaj
Cuando Phailin alzó la mirada, aún con el agua de coco ascendiendo por la pajita hacia sus labios, Kovit sorbía cabizbajo, sin ver del día nada más que su rostro desfigurado y cada vez más pequeño conforme menguaba el líquido en la cáscara partida, lo mismo que ella había tenido delante hasta entonces. Le dio tiempo a contemplar, dentro de la imagen, cómo un avión escribía en la pizarra del cielo un mensaje incomprensible y en qué tronco un perro iba a levantar la pata. Todo eso no lo vendían con el agua de coco, pero Phailin sí lo compraba.