No sabía de qué hablar. Había entregado la traducción y me quedé mirando aquel desorden como un idiota. En el calendario, 1984. Sonó el timbre. El cartero trajo un montoncito de giros: suscripciones a la revista. «Mira por donde vas a cobrar hoy», y me entregaron aquellos billetes, tal cual, como ya sólo negocian los libreros de viejo. A los pocos días regresé a Lisboa y en la librería de Campo Grande donde fui tan feliz compré los libros de Machado de Assis que no tenía. Por Esaú e Jacó pagué 450 escudos; no me importó que fuera tan caro.