Vida de desmemoriado (2013)



Me acuerdo, contigo, escritura, de demasiadas cosas que había logrado olvidar.
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Me acuerdo del sombrero de mejicano en la cabeza del Teide que yo no miraba, asombrado por los colores inéditos de la tierra volcánica.
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Me acuerdo, soñándolo de nuevo, del sueño que tuve hace años en el que era pasajero de un avión que aterrizaba en el centro de la ciudad. 
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Me acuerdo de mi primer tocadiscos, dentro el armario. Tenía que apartar los pantalones colgados para poner los discos.
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Me acuerdo, al pasar por la calle Asturias, de la antigua clínica donde me operaron de anginas. Del verde manzana ácida de las paredes.
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Me acuerdo del Tolan. El barco que naufragó frente al Terreiro do Paço dejando la quilla al aire como símbolo de su obstinación.
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Me acuerdo de mi abuela cosiendo a mi lado mientras tecleaba mi primera novela. Levantaba la vista, veía que el papel se llenaba y asentía.
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Me acuerdo de haberme dormido en el asiento trasero del coche mientras esperábamos para ver la salida del sol en el Cap de Creus.
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Me acuerdo de la impaciencia en la cola para entrar al Palacio de Deportes. El 19 de marzo de 1977. ¡Iba a escuchar y a ver a Lou Reed!
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Me acuerdo de la música al amanecer en las Jornadas Libertarias del Parque Güell, en 1977. Se diría que algo empezaba, pero fue su epitafio.
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Me acuerdo de las tardes en la bodega de navío que era la biblioteca. Como quien revuelve cartas de amor, pasaba fichas en el archivo.
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Me acuerdo de un mendigo en el Rossio con un cartel en el que había escrito «Doente duns ataques».
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Me acuerdo de cuando el Parque Güell era visitado únicamente por sombras mientras jugábamos a fútbol en la plaza central solo ante las nubes.
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Me acuerdo de que mi madre me vistió de marinerito para la Comunión. Mis compañeros iban todos de almirante. Ahí empecé a sentirme solo.
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Me acuerdo del Tronco, donde comía y cenaba en Lisboa los domingos. Tantas veces con amigos. Alguna solo en una mesa de cuatro.
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Me acuerdo de que la mitad de mi vida la pasé escribiendo a máquina, con papel calco para conservar una copia de lo que escribía. 
Me acuerdo de la descarada despreocupación de las amapolas en los campos de cebada cuando por el camino sonaba el motor de las cosechadoras. 
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Me acuerdo de cuando nos decíamos al oído las frases que solo se dicen en las canciones. 
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Me acuerdo del cuarto de Lapa. Suelos de madera, una palangana en la galería. El primer tranvía a las 5 de la mañana. El último no lo oía. 
Me acuerdo de la semana que pasábamos recogiendo por las casas maderas, trastos y muebles viejos para nuestra gran hoguera de San Juan.
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Me acuerdo de una placita sin árboles, sin columpios, sin nada, pero con todo. 
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Me acuerdo de Carmen. Los cuatro, lectores de signos en las calles solitarias de Pedralbes. La tarde, camino del Tibidabo.  
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Me acuerdo de los posters portugueses que olvidé en un transbordo de autobuses. Han estado colgados en mí sin que la luz los despintara. 
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Me acuerdo del tapizado de los asientos del metro de Londres y sonrío. 
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Me acuerdo de caminar perdido por el bosque, pero contento porque iba con mis primos. 
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Me acuerdo de cuando buscaba cosas que no existían. 
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Me acuerdo de mi abuela despertándome tras la explosión que no oí y que había convertido mi casa en una montaña de escombros. 
Me acuerdo de haber abierto la ventana y después haberla cerrado. Si no lo hubiera hecho, no existiría este recuerdo. 
Me acuerdo del cuaderno que abría en el pupitre para leer las páginas en blanco donde escribiría mi novela.
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Me acuerdo de la churrería donde por equivocación estuve esperando durante toda la tarde como si no me hubiera presentado a la cita.
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Me acuerdo de los bosques de Sintra, cuando la noche se unía a nuestro paseo con su collar de luciérnagas.
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Me acuerdo del silencio intenso, pétreo, doloroso durante aquella caminata que no dio inicio a mis relaciones sentimentales. 
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Me acuerdo de cuando me acordaba de las cosas, aunque no consigo saber exactamente qué recordaba. 
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Me acuerdo de cuando empecé a olvidar por la tarde lo que había hecho durante la mañana.
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