La madreselva salta la tapia del
jardín y desciende hacia la calle donde saluda con desmelenado gesto a los
solitarios. Las sombras ensanchan los bultos por perpetuar, en el crepúsculo,
la luz invisible de los jazmines. Sevilla sueña. Las sílabas tintinean. En la
página modernista nada es lo que parece. La yedra está alegre con su traje
oscuro. Los jacintos desangelados en su remolino de color. Niño que musita
palabras emborronadas frente a un caramelo. Las rimas dan las horas desde el
campanario del poema. En el azúcar modernista solo existe lo que sueña. Sevilla
es también un cartel ferroviario.